miércoles, 14 de noviembre de 2007

Divagando [...]


Anoche soñé contigo… Cuando la noche asomaba por el balcón del mar, allí estaba yo, plantado delante de aquella terma blanca, tu casa… y poco a poco fui resbalando hacia la orilla del sueño. Me senté y espere, espere… Al fondo, en una calle sobre el mar, se dejaba ver tu silueta, a la altura del “canal”, se difuminaba una estampa de tu figura.

Llegaste a mí, y cual silencio retornaba, estremecía todo mi ser, a su vez, mil caricias impacientes comenzaban a palpitar, a sentir…como una a una se caían las estrellas a ese espejo de plata que llamamos mar. Mientras nosotros tras contemplar el vaivén de la magia, aquella magia que sumergía los cantos de las olas, nos fundimos, nos disolvimos de nuevo ante aquel esplendor. Nosotros…

Refugiados entre aquellos castillos de arena, de piedras, no importaba… donde ni vigía, ni vientos ni barcos pudieran contemplar los rizos de tu cuerpo. Tu y yo, cruces de miradas, suplicábamos un abrazo…que ciñeran nuestras manos por aquel lazo imposible, intangible, que jamás pude ver…porque no existió nunca, era solo nuestra voluntad, la voluntad de los dos…

Y así, entrelazados nuestros sentidos, cercados por nuestros brazos, dejamos pasar el tiempo, sin importar que importara la impaciencia de nuestro día, un día que no llegó a amanecer, y cual noche eterna se multiplicaron los latidos de nuestros labios…de nuestro ser.

A la espera, amanecí confuso entre mis sabanas, buscando un trozo de ti, pero no encontré bancos de arenas, ni cañas a mi alrededor ni tampoco duna de agua quieta, tan solo ilusiones colgadas de las paredes, que entre sueños me dejaban ver los imposibles del ayer…nuestro ayer…

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